Capítulo 1: El sidrolito
Sección 2: El cuadro de Rod Harper
Corregido por Alexis García Hernández
—Ya voy, mamita —respondió cariñosamente. (“mommy es el término en inglés que usa Alex”)
Aparte de “mamita”, también se refería a ella como “flaca”, aunque Linda Red no era para nada delgada.
No obstante, si se sorteaban todas las rarezas de Linda, se advertiría una belleza inusual. Sus cabellos rubio platinado, más relucientes que el de Alex, lástima que lo descuidara tanto, entre lazos y colgantes.
Su rostro perfectamente redondo, y con rasgos divinos como pómulos pronunciados, una mandíbula pequeña, labios suaves y regordetes, una nariz griega perfectamente simétrica, ojos de un azul cielo enternecedor, etc.
Alex desearía haber heredado esos ojazos de su madre. Esas pestañas largas de forma natural, envidiaban a cualquier mujer. Lástima que la gente del barrio, apenas distinguían sus típicas gafas estrafalarias y chillonas, de un único lente deslucido.
“Aunque su madre no poseyera la esbeltez de las supermodelos”, su hijo no dejaba de notar, cuán sexy se mostraba con sus libras de más.
—¡Deja de pensar tantas ñoñerías! ¡Te conozco! Lo están entrevistando de nuevo. ¡Uff!, al deportista ese que te gusta tanto, el de las Olimpiadas de París —refunfuñó Linda.
Alex intenta arreglar su cama velozmente. Estaba obsesionado con la figura y carrera deportiva de Rod Harper, con quien sentía una familiaridad extraña. En su mente, le visualizaba, como si fuesen amigos de toda la vida, un absurdo, nunca lo había conocido.
El pasado año, aquel había logrado algo inédito en Juegos Olímpicos, la obtención de 9 medallas en natación, con precedentes en el Campeonato Mundial de la especialidad. Pero lo que le magnetizaba como tal, era como expresaba sin temor contagiosas, graciosas y polémicas opiniones.
La prensa también coincidía con lo magnético de Rod. Literalmente, le inquirían sobre cualquier tópico, desde la inflación de la corona aldaba, hasta de avances en la agricultura. El chiste se basaba en que cuando no tenía ni idea sobre ello, sus respuestas resultan ingeniosas. También les encantaba especular sobre sus asiduos romances con mujeres ricas.
Poco a poco, se convertía en la figura pública número uno en el país, “héroe y galán de todos”. Hasta los mismísimos reyes Charles III y Meghan I, soberanos de las leyes, del pueblo y de la iglesia aldobiana, tenían que conformarse con un privilegiado segundo lugar en el ranking de popularidad.
—No te preocupes, yo recojo todo por ti—expresó Linda con tono irónico.
A pesar de la mirada reprochadora de su madre, no paraba de asombrarse sólo con la mera idea de esas palabras, pues Linda era mucho más que exigente, pudiera decirse que excesiva. Una vez lo castigó un mes, porque puso el frasco de miel en un lugar errado del estante. “Todo organizado y limpio”, otra de las frases que repetía fastidiosamente.
Eso para no rememorar aquella injusticia, “en el parecer de Alex”, de segundo de secundaria: en el que le exigió estudiar hasta altas horas de la madrugada durante varios días, por haber obtenido 6.64 (94%) en un examen de Geografía e Historia, cuando su media superaba los 6.90.
Independientemente de su inteligencia natural, se hastiaba de ser siempre el rarito. No tener con quien platicar proveía mucho tiempo de estudio, pero en el fondo, anhelaba tener ese amigo para una noche de pelis. Aun así, amaba y respetaba las órdenes de su madre.
Rememorando un amasijo de castigos, caminó hacia el salón central. Se sentó sobre el sofá de siempre, destartalado y de un intenso púrpura inusual que no parecía desvanecerse. Posiblemente, su madre fuera la única capaz de comprar semejante mueble, aunque tampoco lo vacilaría de su vecina. Sonrío momentáneamente sobre ello: “¡el techo gris, paredes desde rosado chillón a naranja oscuro!”. No se aburría de criticar la elección de colores de su madre.
“La flaca” no constituía un referente en combinaciones de matices o modismos, pues el sin sentido estético abundaba en el 1407. No asombraba que la multitud los clasificara de bichos raros. Lo más inverosímil lo representaba un arcaico y polícromo escaparate, donde se guardaban algunas ropas, pero sobre todo trastos e utilería, a plena vista, en el exterior de la casa.
La obsesión de todo en su lugar, conjeturaba Alex, pues asimilaba que aquello sólo figuraba como el caso más grave: pues aquel almohadón con coliflor del piso del baño, dispuesto siempre diagonalmente, carecía igualmente de racionalidad, sólo por citar aleatoriamente otro caso.
No obstante, lo más exasperante de aquel escaparate, desde su punto de vista, era que nadie se atrevía a tocarlo. Incluso, cuando su madre lo había popularizado en el barrio, invitaba a todos a que sintieran su energía. La ignoraban completamente, pero cualquiera juzgaría que Linda no se percataba de eso. Nuevamente, la sensación de que todo en los Red traía incontables maldiciones, abrumaba. Ni siquiera llamaba la atención de los ladrones. Pero no los culpaba, no había allí nada que mereciera un centavo.
Pero si había algo de lo que Alex ni se atrevía a mencionar, era el bochorno que constituía la vestimenta de los Red.
Todo tejido y cortado manualmente, y con decorados muy feos. A tientas le obligaban ponerse aquello y Linda se ruborizaba con gran orgullo.
Los Red no usaban ni ropa corriente ni moderna, estos tipos de establecimientos constituían solamente un eufemismo en Alex, aunque superior era el que abrigaba por los aparatos electrónicos, los cuales se minimizaban en su hogar. “Sin celular, ni robots inteligentes, en pleno siglo 21”. Su madre tenía permanentemente prohibido el uso de tecnología innecesaria. Al menos gozaba de una anticuada computadora con acceso limitado a Internet, y le dejaban tenerla como apoyo a sus estudios, porque si no, ¿quién sabe?
Fue ciertamente difícil para él, adaptarse a ser la comidilla de la vecindad y de la escuela, por aquellos traperos que vestía. Prefería a esos que los ignoraban. Pasado ya tanto tiempo, las carcajadas estridentes de algunos, ni le afectaban en lo más mínimo. En cambio, había fortalecido su carácter y con ello, sus sentimientos se volvieron fríos.
Hasta él mismo, se burlaba de su camisa blanca floreada, defectuosamente cortada, e irónicamente la favorita de su madre. Linda siempre le abrazaba, cuando sentía rencor en el corazón de su hijo.
—Sí, Gia nos protegerá este año, está escrito —sonó por la bocina la voz de Rod.
Abandonó sus pensamientos y miró para el televisor, pero ya era tarde, se había acabado el programa. Se absorbía tanto en sus trivialidades que la mayoría de las ocasiones no se concentraba debidamente. Sólo lo lograba cuando necesitaba estudiar, o para recordar si sus medias con hoyos y corazones iban junto a las rayadas verdes en el tercer cajón de la cómoda. Linda le revisaba esto a diario como una pesada.
Luego, tocaba realizar las tareas hogareñas asignadas para el día. Normalmente resultaban entretenidas, pues nadie señalaría en su más sano juicio que, barrer en órbitas encima de las paredes, poner cinceles colgando boca abajo en las ventanas, o acariciar a los girasoles, constituían tareas frecuentes del hogar.
Algo inaudito aconteció en el jardín, Alex juraría que, con sus manos, la tierra se removió y florecieron algunos pétalos. ¿se habrá quedado dormido? Sin cuestionar lo ocurrido, finiquitó el resto de las labores de la lista.
Por último, le llamaba adelantar un trabajo de la universidad que, procedía como bastante complicado, repasó algunas cosas y cerró las libretas.
Sin darse cuenta, calló la noche. Entre sollozos, agarró su rancio ejemplar del Aldian, libro sagrado del Aldobismo, el cual se divide en 41 lecciones.
Aunque para el más joven de los Red, solamente significaban cuentos infundados, sus enseñanzas universales le instruían y, sin entender razones, sentía una fascinación indescriptible con esas páginas, pero indudablemente no se desenvolvía como el sinnúmero de fanáticos que proliferaban por doquier en su país.
Según las concepciones aldobianas, los dioses Kronos y Delitah, Tartar y Terra, Argus y Gia, Vaius y Aisha; con los cuales se numeraban los años en ese orden: Año 1 después de cristo, Año 1 de Kronos, Año 2 después de cristo, Año 1 de Delitah, Año 3 después de cristo, Año 1 de Tartar; así sucesivamente, convivían en un universo inmensamente distinto al actual, descrito como un vacío de energía.
Aburridos de vivir en aquellas degradantes condiciones, crearon la luz y la oscuridad, y con ello los 4 elementos básicos: fuego, tierra, agua y aire, de ellos derivaron en muchos otros, creando las constelaciones y las estrellas.
Pero se acongojaban de aquellos desolados planetas, y decidieron seleccionar a uno entre el conjunto infinito que denominaron cosmos, y lo llenaron de todo tipo de plantas y animales, instaurando así las leyes de la naturaleza; le denominaron Planeta Tierra. Aquello se volvía en algo complejo y diverso, se requería quien trabajara esos elementos, y los desarrollaran ininterrumpidamente durante el continuar de los años.
Así se creó a la humanidad, a su semejanza, y con ello la separación del bien y el mal. Sin embargo, nada le atraía más que esa pequeña promesa, “sobre una tierra de ensueño”, justo en el final de la última página y lección, objeto de tantas suposiciones”.
Justo cuando meditaba sobre un fragmento del Aldian en la sección “Lección 4 de Argus”, advirtió un ruido ensordecedor. “Aquel grito de terror, otra vez...”, que como de costumbre procedía de al lado, irrumpido por la solitaria vecina, que podía tornarse como mucho más loca que su madre.
Seguidamente, la puerta delantera se abrió de un tirón, “esa voz de aquella loca” Alex no soportaba la idea de su presencia. Acababa de entrar, ligeramente nerviosa. Su respiración inquietaba furiosamente, inclusive desde la lejanía del cuarto, se avistaban los gimoteos.
Fue tanto el barullo, que el marco de su cuadro favorito, (un boceto de Rod junto a un trofeo), que estaba protegido por una estela de vidrio, se cuarteó en el lado derecho. Instintivamente, relacionaba ambos eventos en su mente, aunque no lo concebía.
—Rosanna, ¿qué ha pasado? —insinuó Linda, bastante preocupada.
—Sabes perfectamente qué significa mi visita a estas horas, y sé que prefieres huir de la realidad. Extrae ahora mismo el sidrolito, tenemos que irnos cuanto antes, y sin preguntas —dijo la chiflada, que ahora sonaba mucho más chiflada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario