Capítulo 2: La espada y el monstruo
Sección 1: El monstruo verde
Corregido por Alexis García Hernández
—¿No es muy tarde? No veo peligro en descansar esta noche. Yo recojo todo, y partimos mañana mismo para Kellstock—mencionó Linda con angustia—. ¿Y Alex? Seguro estará confundido.
—Sé de sobras, todo sobre su cumpleaños, no olvides que es mi sobrinito —dijo Rosanna cariñosamente, y luego disminuyó el tono de voz— No me gusta, pero de acuerdo. Me quedo a dormir acá. Activaré el galgígmetro por si las moscas, nunca se tiene demasiada precaución. Partimos a las 5 de la mañana —concluyó no muy convencida.
Sus tentativas de hablar por lo bajo ciertamente no funcionaban, Alex escuchaba perfectamente, y para ser sincero, tenía mucho que digerir de esa breve conversación.
Por lo que escuchaba, ¡aquella excéntrica de incesantes gritos!, se relacionaba como su tía. Sonaba algo contradictorio, ellas no se parecían físicamente. Sin dudarlo, el rostro natural de su madre distaba del de su hermana, y era muchísimo más alta.
De igual manera su madre poseía cabellos rubios, ondulados y cortos, mientras que los de ella se exponían como pelirrojos, lisos y largos. Una se topaba rechoncha mientras que la otra, delgada. Rosanna, realmente era poco atractiva: tenía el tabique nasal desviado, sus labios eran escandalosamente gruesos, y sus mejillas se hundían en la piel. Además, Alex juraría que ella andaba siempre con sus manos sucias.
Pero con cierta abstracción, y recelo apreciaba semejanzas con su tía, en la forma y color de los ojos, en la abundancia de vello (no atractivo para ella como mujer), en lo del cuerpo escuálido, más con su madre compartía básicamente lo de rubicundo, así como esos rasgos divinos en su rostro, que confirmaban su procedencia.
Obviando las diferencias físicas, la idea de que tuviera una tía, causó que sonriera ligeramente. Se transformaba esta emoción en júbilo, una sensación chocante y placentera; su máxima ilusión se cumplía (no estaba solo), y técnicamente la conocía de siempre.
Sin poder contenerse, una lágrima de rabia descendió a través de su mejilla, otras más cayeron sobre el Aldian, el corazón le dolía y se le apretujaba sobre sí mismo. Nunca le prestó atención a Rosanna, la mayoría de las veces que intentaba acercarse, la ignoraba completamente, pues deseaba Alex relacionarse con gente normal.
Otra razón le entristecía sutilmente. Meditaba que tal vez, en su familia todos se comportaban como maniáticos y si no se cuidaba, tal vez terminaría igual. Quizás fuese prudente renunciar a los estudios, empezar a buscárselas por sus propios medios, y hacer su vida alejado de ellas, pero estar totalmente solo, daba muchísimo miedo; además, quería mucho a su madre, ella fielmente constituía todo su universo.
Aparte de que inexplicablemente aquella fuese su tía y las posibles razones detrás de encubrir este hecho, había otras cuestiones que lo impactaban en menor proporción. ¿Un aparente riesgo? No podía presagiar a qué se referían, probablemente era el producto de mentes perturbadas, lo que para nada resultaba alentador, de hecho, no sabría decir que inspiraba menos, si el peligro era real o que no lo fuera.
“¡¿Qué rayos era el sidrolito?!”. De pronto levantó las manos y agitó los dedos, ahora el trastornado parecía él. ¿No había escuchado bien? ¿Se habría confundido de nuevo?
Lo más factible de pensar era que el sidrolito fuese algún tipo de sustancia o especia de las que usaba su madre, hasta juraría su mención anteriormente. Respecto a “la otra referencia, ¿galgómetro era?”, se inventó un ridículo chiste. Sus intentos de conciliar el sueño no se materializaban. Entre el sidrolito, el sobrinito, el cumpleaños y el peligro… Por lo que se vaticinaba, tendría el peor cumpleaños de la historia.
No tenía las mejores fiestas, no cabía sentido, pues nadie venía y eso que los intentos de invitación no faltaron, pero le encantaba saborear la tarta de cumpleaños casera que siempre le hacía Linda, al menos sus dotes culinarias eran destacables, y curiosamente sus insólitos regalos también se agradecían.
Después de incontables movimientos y cambios de posición por todo el colchón, lejos de tranquilizarse, percibió algo que no podía ser real. En ese mismo instante, acomodaba el cuadro de Rod accidentado, y de casualidad observó desde su ventana hacia lo lejos, alguna criatura extraña.
Lo primero que percibió fue que era una especie de lagartija gigante, claramente de unos 2 metros a lo sumo. “¿Estoy soñando?” se preguntó, pero aquello se divisaba tan real, que no podía negarse.
Mientras más se acercaba, interpretaba que no podía ser una lagartija común, a menos que fuera una con 3 patas, con las cuales caminaba erguido. La piel era de un verde tan intenso que parecía brillar, además tenía algunos tonos de marrón. Se le notaba, una cola de escorpión, o algo parecido, y una cabeza chica donde los contornos de su rostro formaban algo así como cuadrados.
No se divisaba ojos, ni boca, ni nariz, era un monstruo sin rostro, qué transmitía una oscuridad difícil de asimilar. No había visto nada similar, ni siquiera en películas de terror. Pero, no cabía posibilidad de que aquello existiese, “quizás eran los genes de la familia”.
Ese pensamiento le estremeció tanto que, por un breve lapso, aquella marca no era tanta cosa; pero algo le preocupaba más, el bicho iba directo hacia ellos, con un paso no muy rápido. Cuando su cuerpo pudo reaccionar, se sintió atemorizado.
Por instinto, clamó a su madre, aunque jamás creyó que Linda se podría enfrentar a algo así. Ambas se habían percatado del mismo problema desde la sala principal. Rosanna tarareó unos léxicos incompresibles y Alex se puso de los nervios, hasta que pudo escuchar algo entendible.
—Linda, ¿a qué juegas? —preguntó Rosanna irritada.
—No tan rápido, es muy joven, Tartar. Por favor ayúdanos, no está preparado —Linda suplicaba entre sollozos.
—Tartar no nos va a sacar de esta —anuncia Rosanna con un tono implacable. Emitió otro sonido extraño y luego continuó—. Tenemos suerte, enviaron a uno, para reconocimiento, o creyeron que somos presa fácil
—concluyó con su tono enérgico característico.
Alex se dirigió al fin hacia ellas sin sigilo y chocando con todo a su alrededor.
—Un poco de silencio, no ansiamos ahora vecinos curiosos —exigió Rosanna.
—Pero, ¿qué rayos es eso y por qué viene hacia aquí? —inquirió Alex al borde de un ataque.
—No hay tiempo para explicaciones, va a por ti, coge esto—expresó Rosanna y le indicó que estirara la mano.
Súbitamente, de los aires cayó una espada de un dorado más puro que el mejor oro de la tierra. Casi no consigue atraparla con sus débiles manos. “¿De dónde salió?” Alex seguía entre sus reflexiones de ignorancia.
Al analizarla con detenimiento, vio que se asemejaba más a una katana. Sintió el mango tan cómodo que por un segundo juraría que había sido construida para él, algo descabellado. Pero, ¿qué se suponía que debía hacer con ella? Sabía de espadas, lo
mismo que de las raras especias de su madre.
—Córtale la cabeza a ese galgog, es esencial —Rosanna le hablaba nuevamente, con su tono de firmeza espeluznante.
—¿Gal… qué?, pero, no sé, no puedo, ¡cógela tú! —el miedo de Alex se palpaba.
—No puedo herirle mortalmente, ni tu madre tampoco, tien… —algo entrecortaba a Rosanna.
Su cerebro quería explotar, pero no había tiempo de procesar aquello, pues la puerta había volado por los aires. El piso hacía un estruendo enorme como consecuencia de la cola del monstruo. Alex temblaba más deprisa. La situación se revelaba como de vida o muerte. “Debía coger la maldita espada y rezar por que el Tartar ese le ayudara”. Este era un excelente momento para aparecerse, pues un auténtico milagro debía de suceder para salir de allí con vida.
Sin ensayarlo mucho, tambaleó la espada sobre la cosa, pero no encontró la cabeza, si no, un jarrón de porcelana. Volvió a intentarlo, de él dependía la vida de tres personas. Trató de concentrarse y le propinó un buen leñazo a una de las patas. Se ruborizaba de orgullo, pero la misma volvió a brotar.
—En la cabezaaaa —Linda estalló en cólera, estaba más asustada por Alex, que por ella misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario