viernes, 13 de junio de 2025

Cap. 2, Sec. 2

Capítulo 2: La espada y el monstruo

Sección 2: La espada dorada

Corregido por Alexis García Hernández

En ese instante, la enorme lengua de la bestia se extendió, tratando de zarandearle la espada. Después de esquivar varios golpes, Alex empezó a aquejarse de un dolor insufrible en la pierna. Aparte de los daños por la cola; a la altura de las costillas, de la criatura germinaban unos tentáculos venenosos, de gran movilidad. 

Le salía sangre ahora también, de parte de la espalda, donde el pulover había sido desgarrado. Alex observaba como un pus de color verde, exactamente del mismo matiz de aquel monstruo, se formaba en sus heridas. Sin más remedio que intentar sobrevivir, se repuso, ignora las molestias, y alzó la espada e intenta acertarle en la cabeza sin suerte.

La espada fulguró un poco, mientras, Linda y Rosanna le arrojaban a la bestia unos polvos verdes. La criatura estaba irritada, se echaba para atrás. Alex se encontraba tan ensimismado, que le costaba darse cuenta de todo el panorama. De por sí, hacía un rato que estas acribillaban al monstruo, pero todo sucedía tan rápido que su corazón no paraba de latir desenfrenadamente. Como si ya no acontecieran suficientes rarezas, la espada de Alex, se le escapó de las manos, y actuaba solitaria: “¿controlada mentalmente?”

El susto de la espada, le regaló una oportunidad a su atacante, y la cola de escorpión sucumbió sobre su rostro, y con la lengua nuevamente intentó hurtar la espada. Alex volvió a sujetar el mango fuertemente. El dorado de la hoja se había tornado cegador para él. Sin más, lo intentó otra vez. No supo cómo, pero la cabeza cayó al suelo. De las heridas del bicho, brotó una sustancia igual de verde que lo expuso a un eterno mar de asco.

Sin poder contenerse, de sus entrañas surgió unas fuertes náuseas, y sin más, vomitó la comida sobre aquel espectáculo terrorífico. No tenía ni fuerzas para preguntar qué había ocurrido. “¿Para qué? Nunca le daban explicaciones” De todas maneras, ponía en tela de juicio que pudiera emitir palabra entre el cansancio, la emoción y el dolor.

—Antes de continuar, muchas felicidades, mi niño. Perdóname, por no comprarte nada este año —Linda intentó apaciguar la mirada asesina de su hijo, pero ahora los problemas parecían mayores. ¡A que sí la pasaba fatal en su cumple!—

—Tenme paciencia, sé que tenemos que orientarte en algunas cosillas, hasta yo temo de confirmar otras, pues tu tía no ha sido muy comunicativa —Linda miró con recelo a Rosanna, quien escudriñaba algo en el estante de la cocina—. Pero deben haber más de donde vino ese.

—¿No tienes esencia de crux? —interrumpió Rosanna y Linda negó con la cabeza.

—Ahora que innegablemente te encontraron—Linda prosiguió—, y pueden llegar hasta ti, necesitamos desaparecer de Epson. Debes recuperar lo que te pertenece, ups, ya he hablado demasiado, estás herido y no hay tiempo.

En lo que Linda charlaba, Rosanna empezó a untar un polvo lechoso en las heridas de Alex. “Después de todo, aquellas especias no podían considerarse comunes”. Sin fuerzas para emitir movimiento alguno, el chico se quedó estático. Un repentino dolor de cabeza acentuaba su confusión. “¡Enfrentarse a otro, como se llame!, ni pensarlo…”.

Los próximos acontecimientos, ni el mismo Alex osaría en exponerlos, fue una suma de cosas asombrosas. Primero, sin saber cómo, se había curado completamente. Segundo, el desorden había desaparecido al ritmo de extraños movimientos y sonidos emitidos por Linda. “No podía ser otra cosa que ¡magia!”, pero eso era ciertamente imposible.

Mientras, Rosanna repasaba si contaban con todo lo necesario para el viaje, entre lo cual indiscutiblemente se hallaba aquella espada, la cual de alguna forma se plegaba sola, o más bien se encogía, hasta tener un tamaño adecuado para guardarse en un bolso. 

Ahora Alex comprendía, que debía de haber salido de allí, haciendo el efecto inverso. El mismo, masticaba una especia naranja, que le dio su madre para el aliento y las náuseas. Aunque no lo distinguía con claridad, en el interior del bolso, vio la escoba orbital, también encogida. “Ese espantoso cabo negro”. Rosanna, en cambio se burló de esa afirmación. 

—Vaya alucinación, Alex —fastidia Linda. Simultáneamente, la misma extrajo, el famoso sidrolito, el que se obtenía de los girasoles en un masajeo singular sobre la raíz. Por un momento, Alex especuló que la tarea de acariciarlos no era tan estúpida después de todo.

El sidrolito, al parecer instituía como un líquido, si tuviera que definirle un estado de la materia; todo se mostraba muy insólito. Por último, organizaban todo, incluido alimentos, en aquel escaparate del exterior. Rosanna también había ingerido una especia turquesa, con lo cual eliminó todos esos defectos del rostro y el cuerpo. Ahora sí mostraba un parecido físico con su madre. 

 ¿Cómo iban cargar con aquel escaparate? Alex no se arriesgaba a suponer, ni mucho menos, el cómo viajarían a Kellstock a esas horas. Aunque no se comentara nada, la forma convencional, no parecía una opción. Tampoco enjuiciaba si estar asustado, confuso, e incluso contento, pues Kellstock se encontraba entre las ciudades de mayor atracción turística de Aldobi, por sus amplios patrimonios culturales e históricos.

No obstante, esta urbe, se le conocía fundamentalmente por ser la sede principal de la monarquía, nada confrontable al pueblillo de Epson Hall. Alex, sabía un montón de trivias históricas sobre la ciudad, pero nunca la había visitado, de hecho, nunca había salido de Comunidad Dahlias, un dato bastante penoso. 

Múltiples ideas rondaban por la mente de Alex, pero justo cuando Linda le dio una dirección al escaparate y este partió caminando, le dio un potente mareo. Si seguía viendo anomalías, él mismo se ingresaría en un psiquiátrico. La cantidad de irracionalidades (consecutivas), casi le provocan un infarto. Sin más preámbulos, vertieron el famoso sidrolito en tres vasos, el sobrante Rosanna lo guardó en aquel curioso bolso.

—Tómatelo todo en un santiamén, no dejes ni una gota —indicó Linda.

Los tres absorbieron el líquido. Aquello gozaba de un sabor distintivo, similar al de la sidra, aunque con un punto áspero. Mientras, se unían en línea recta, y se cogían de las manos. Aunque más bien, a Alex le cogieron por la fuerza, pues seguía sin tener idea de lo que acontecía, en un estado de inconsciencia alarmante. Acto seguido, empezaron a girar en una especie de remolino azul eléctrico, y en menos tiempo que decir sidrolito, sobrevolaban ciudades y mares.

Alex comprendió en aquel vértigo, que aquella sustancia servía de teletransporte, pero ignoraba que tan fugaz podría ser. Sin percatarse de mucho, se aproximaban a su destino. 

En un indefinido instante, Alex se recuperó y especuló sobre sus 21 años cumplidos. Independiente de lo desquiciada que fuese la idea, se dijo a sí mismo que vivía “el cumpleaños del siglo”. No habían pasado ni 10 minutos, y ya se encontraban frente a una casa enorme. Al fin sentía sus pies sobre el suelo.

—Pasen, ¡ya era hora! —se oye una voz desconocida para Alex, provenía de un ventanal. 









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